JESUCRISTO ES LA RESPUESTA
  La profecía en el Nuevo Testamento
 
 
La profecía en el Nuevo Testamento
 
Continuidad con el Antiguo Testamento
La profecía y los profetas forman la principal línea de continuidad entre el Antiguo Testamento y el Nuevo Testamento, lo que se pone de manifiesto en la actitud de Cristo y los apóstoles con respecto a la profecía veterotestamentaria, en la continuación del fenómeno de la profecía, tanto hasta el ministerio de Jesús, como después de él, en el carácter profético de su propio ministerio, en el que se coloca la inspiración de los apóstoles y profetas neotestamentarios junto con la de los profetas veterotestamentarios, y en el derramamiento general del Espíritu Santo—el espíritu de la profecía—sobre la iglesia, lo que provocó una aceptación continua tanto de los profetas como de la profecía en las iglesias neotestamentarias.
 
La línea profética veterotestamentaria no termina con Malaquías, sino con Juan el Bautista, como lo declara expresamente nuestro Señor.
Mat. 11.13 Porque todos los profetas y la ley profetizaron hasta Juan.
 
Las declaraciones proféticas de Zacarías, padre de Juan, y las de Ana, Simeón, y María al principio del Evangelio de Lucas dan testimonio de la continuidad de la inspiración profética.
Luc. 1.46–55, 67–79; 2.26–38.
 
Desgraciadamente la acostumbrada división en dos “testamentos” oscurece la maravillosa unidad del programa divino de revelación, pero la línea es continua desde Moisés hasta Juan, e indudablemente después de este, como hemos de ver.
 
Además, el Nuevo Testamento se encuentra en una relación de cumplimiento con respecto al mensaje de los profetas veterotestamentarios.
Vez tras vez es este el tema principal del Nuevo Testamento: lo que Dios dijo antiguamente ahora se ha cumplido.
Mat. 1.22; 13.17; 26.56; Luc. 1.70; 18.31; Hch. 3.21; 10.43, etc.
 
Todos daban testimonio, en última instancia, de Cristo y su obra salvadora.
Luc. 24.25, 27, 44; Jn. 1.45; 5.39; 11.51.
 
Cristo no vino a abolir la ley y los profetas, sino a darles cumplimiento.
Mat. 5.17 No penséis que he venido para abrogar la ley o los profetas; no he venido para abrogar, sino para cumplir.
 
Además fundamenta su entendimiento de su propia misión y destino principalmente en las predicciones de ellos.
 
Difícilmente podríamos exagerar la importancia de esta característica del Nuevo Testamento en cuanto hace a la corroboración del Antiguo Testamento.
 
Aunque fueron una minoría perseguida
Mat. 5.12; 23.29–37; Luc. 6.23, etc.
Los profetas veterotestamentarios no fueron meros soñadores especulativos sin mayor trascendencia, sino la voz mas importante que nos llegó del lejano pasado, confirmados ellos como proclamadotes de la verdad eterna por el cumplimiento de sus más grandes palabras en el acontecimiento de mayor importancia de todos los tiempos, es decir la persona y obra de Jesucristo.
El mismo nos habla de ellos y su mensaje como revelación permanente de Dios, suficiente para conducir al arrepentimiento y, en consecuencia, para hacer culpables a aquellos que se niegan a escucharlos.
 Luc. 16.29–31.
Son maestros autorizados de la iglesia cristiana, hombres cuyas palabras todavía tienen que aceptarse en la actualidad como palabra de Dios.
 2 P. 1.19–21. Tenemos también la palabra profética más segura, a la cual hacéis bien en estar atentos como a una antorcha que alumbra en lugar oscuro, hasta que el día esclarezca y el lucero de la mañana salga en vuestros corazones; entendiendo primero esto, que ninguna profecía de la Escritura es de interpretación privada, porque nunca la profecía fue traída por voluntad humana, sino que los santos hombres de Dios hablaron siendo inspirados por el Espíritu Santo.
 
 
El mayor de los profetas y aun más
Una de las apreciaciones más comunes acerca de la persona de Jesús de Nazaret, hecha por sus contemporáneos de Palestina, es la de que se trataba de un profeta o un maestro enviado por Dios, o ambas cosas.
Mat. 14.5; 21.11, 46; Luc. 7.16; Jn. 3.2; 4.19; 6.14; 7.40; 9.17, etc.
 
El concepto básico que tenían sobre el profeta giraba claramente en torno al ministerio profético veterotestamentario, e incluía la declaración de la palabra de Dios, la posesión de conocimiento sobrenatural, y la capacidad para poner de manifiesto el poder de Dios.
Jn. 3.2; 4.19, Mat. 26.68; Luc. 7.39.
 
Jesús aceptó este título, entre otros, y lo usó para referirse a sí mismo.
Mat. 13.57; Y se escandalizaban de él. Pero Jesús les dijo: No hay profeta sin honra, sino en su propia tierra y en su casa.
 Luc. 13.33 Sin embargo, es necesario que hoy y mañana y pasado mañana siga mi camino; porque no es posible que un profeta muera fuera de Jerusalén.
 
Y también aceptó el título de maestro.
Jn. 13.13.
Como así también, por deducción, el de escriba.
Mat. 13.51–52
 
Los apóstoles llegaron a comprender que el cumplimiento final de la profecía de Moisés (Det. 18.15ss) acerca del profeta semejante a el, que Dios levantaría de entre los muertos, se daba en Cristo mismo.
Hch. 3.22–26; 7.37; * Mesías.
 
Sólo que en el caso de Jesús no estamos ante un profeta simplemente, sino ante el Hijo, a quien no se le da el Espíritu por medida, y en cuyo ministerio de enseñanza, por lo tanta, se combinan perfectamente los ministerios de profeta y maestro, y en quien se alcanza el punto máximo de la revelación profética.
Mat. 21.33–43; Luc. 4.14–15; Jn. 3.34.
 
Sin embargo, más que como al más grande de los profetas, vemos en Jesús al que envió a dichos profetas.
Mat. 23.34, 37 Por tanto, he aquí yo os envío profetas y sabios y escribas; y de ellos, a unos mataréis y crucificaréis, y a otros azotaréis en vuestras sinagogas, y perseguiréis de ciudad en ciudad; para que venga sobre vosotros toda la sangre justa que se ha derramado sobre la tierra, desde la sangre de Abel el justo hasta la sangre de Zacarías hijo de Berequías, a quien matasteis entre el templo y el altar.
De cierto os digo que todo esto vendrá sobre esta generación.
¡Jerusalén, Jerusalén, que matas a los profetas, y apedreas a los que te son enviados! ¡Cuántas veces quise juntar a tus hijos, como la gallina junta sus polluelos debajo de las alas, y no quisiste!
 
Aquel que no se limita a dar a conocer la palabra de Dios sino que es él mismo la Palabra (o Verbo) hecha carne.
Jn. 1.1–14; Apoc. 19.13; * Logos
 
El Espíritu de la profecía y la iglesia cristiana
Cristo prometió a los discípulos que después de su ascensión les enviaría su Santo Espíritu, el que les daría poder para testificar acerca de él en el mundo, y que testificaría con ellos.
Luc. 24.48–49; Jn. 14.26; 15.26–27; Hch. 1.8.
 
El que esto incluye la inspiración profética resulta evidente por.
Mat. 10.19–20; Mas cuando os entreguen, no os preocupéis por cómo o qué hablaréis; porque en aquella hora os será dado lo que habéis de hablar.
Porque no sois vosotros los que habláis, sino el Espíritu de vuestro Padre que habla en vosotros.
 
Jn. 16.12–15Aún tengo muchas cosas que deciros, pero ahora no las podéis sobrellevar.
Pero cuando venga el Espíritu de verdad, él os guiará a toda la verdad; porque no hablará por su propia cuenta, sino que hablará todo lo que oyere, y os hará saber las cosas que habrán de venir.
El me glorificará; porque tomará de lo mío, y os lo hará saber.
Todo lo que tiene el Padre es mío; por eso dije que tomará de lo mío, y os lo hará saber.
 
Al principio los apóstoles y los que predicaban el evangelio lo hacían en el poder del mismo “Espíritu Santo enviado del cielo” que inspiró las predicciones de los profetas del Antiguo Testamento que anunciaban anticipadamente los sufrimientos y la gloria venideros de Cristo.
1 P. 1.10–12. Los profetas que profetizaron de la gracia destinada a vosotros, inquirieron y diligentemente indagaron acerca de esta salvación, escudriñando qué persona y qué tiempo indicaba el Espíritu de Cristo que estaba en ellos, el cual anunciaba de antemano los sufrimientos de Cristo, y las glorias que vendrían tras ellos.
 A éstos se les reveló que no para sí mismos, sino para nosotros, administraban las cosas que ahora os son anunciadas por los que os han predicado el evangelio por el Espíritu Santo enviado del cielo; cosas en las cuales anhelan mirar los ángeles.
 
Por ello no nos sorprende que cuando el Espíritu Santo descendió en Pentecostés, el resultado inmediato incluye manifestaciones del habla.
Hch. 2.1–12
Y en su explicación Pedro cita
Jol. 2.28–32 Y después de esto derramaré mi Espíritu sobre toda carne, y profetizarán vuestros hijos y vuestras hijas; vuestros ancianos soñarán sueños, y vuestros jóvenes verán visiones.
 Y también sobre los siervos y sobre las siervas derramaré mi Espíritu en aquellos días.
 Y daré prodigios en el cielo y en la tierra, sangre, y fuego, y columnas de humo.
 El sol se convertirá en tinieblas, y la luna en sangre, antes que venga el día grande y espantoso de Jehová.
 Y todo aquel que invocare el nombre de Jehová será salvo; porque en el monte de Sión y en Jerusalén habrá salvación, como ha dicho Jehová, y entre el remanente al cual él habrá llamado.
 
En donde vemos que un resultado importante de la efusión del Espíritu Santo en toda carne es que “profetizarán”, lo que incluye, no solamente palabras proféticas, sino también visiones y sueños.
Hch. 2.18. Y de cierto sobre mis siervos y sobre mis siervas en aquellos días
 Derramaré de mi Espíritu, y profetizarán.
 
Cada cristiano es un profeta en potencia (con lo que cumple así el deseo que Moisés expresa en Num. 11.29), porque el Espíritu que ha sido dado en forma generalizada a la iglesia, para su testimonio acerca de Jesús, es el Espíritu de la profecía.
1 Cor. 14.31 Porque podéis profetizar todos uno por uno, para que todos aprendan, y todos sean exhortados.
 
Apoc. 19.10. Yo me postré a sus pies para adorarle. Y él me dijo: Mira, no lo hagas; yo soy consiervo tuyo, y de tus hermanos que retienen el testimonio de Jesús. Adora a Dios; porque el testimonio de Jesús es el espíritu de la profecía.
 
Por lo tanto, Pablo les dice a los cristianos de Corinto, “procurad los dones espirituales, pero sobre todo que profeticéis”
1 Cor. 14.1. Seguid el amor; y procurad los dones espirituales, pero sobre todo que profeticéis.
 
 
En esa época, cuando los cristianos recibieron inicialmente el poder del Espíritu Santo, las manifestaciones más comunes parecen haber sido el don de hablar en otras lenguas (para alabanza y oración) y el de profetizar.
Hch. 2.4, Y fueron todos llenos del Espíritu Santo, y comenzaron a hablar en otras lenguas, según el Espíritu les daba que hablasen.
 
 Hch.17–18; Y en los postreros días, dice Dios, Derramaré de mi Espíritu sobre toda carne, y vuestros hijos y vuestras hijas profetizarán; vuestros jóvenes verán visiones, y vuestros ancianos soñarán sueños; y de cierto sobre mis siervos y sobre mis siervas en aquellos días Derramaré de mi Espíritu, y profetizarán.
 
Hch. 10.44–46 Mientras aún hablaba Pedro estas palabras, el Espíritu Santo cayó sobre todos los que oían el discurso. Y los fieles de la circuncisión que habían venido con Pedro se quedaron atónitos de que también sobre los gentiles se derramase el don del Espíritu Santo. Porque los oían que hablaban en lenguas, y que magnificaban a Dios.
 
Hch.19.6 Y habiéndoles impuesto Pablo las manos, vino sobre ellos el Espíritu Santo; y hablaban en lenguas, y profetizaban.
1 Cor. 1.5–7
 
No resulta claro si los que así hablaron bajo la inspiración del Espíritu conservaron esta facultad en todos los casos, o si fue simplemente una manifestación inicial que confirmaba su recepción del Espíritu como en el caso de los setenta ancianos, cuyo paralelo veterotestamentario más cercano lo encontramos en (Num. 11.25,) pasaje según el cual profetizaron solamente cuando el Espíritu descendió sobre ellos al principio, “mas no volvieron a hacerlo” 
 
Jesús predijo que habría gente que profetizaría en su nombre.
Mat. 7.22 Muchos me dirán en aquel día: Señor, Señor, ¿no profetizamos en tu nombre, y en tu nombre echamos fuera demonios, y en tu nombre hicimos muchos milagros?
 
 Aunque debemos prestar atención a su advertencia en cuanto a confiar en esta o alguna otra obra como medida del nivel espiritual personal), de modo que repetidas veces se menciona la profecía como uno de los dones del Espíritu Santo, que Cristo derrama en sus miembros para que funcionen como su cuerpo en cada lugar.
Rom. 12.4–7 Porque de la manera que en un cuerpo tenemos muchos miembros, pero no todos los miembros tienen la misma función, así nosotros, siendo muchos, somos un cuerpo en Cristo, y todos miembros los unos de los otros. De manera que, teniendo diferentes dones, según la gracia que nos es dada, si el de profecía, úsese conforme a la medida de la fe; o si de servicio, en servir; o el que enseña, en la enseñanza…
1 Cor. 12.10–13 A otro, el hacer milagros; a otro, profecía; a otro, discernimiento de espíritus; a otro, diversos géneros de lenguas; y a otro, interpretación de lenguas.
Pero todas estas cosas las hacen uno y el mismo Espíritu, repartiendo a cada uno en particular como él quiere.
Porque así como el cuerpo es uno, y tiene muchos miembros, pero todos los miembros del cuerpo, siendo muchos, son un solo cuerpo, así también Cristo.
Porque por un solo Espíritu fuimos todos bautizados en un cuerpo, sean judíos o griegos, sean esclavos o libres; y a todos se nos dio a beber de un mismo Espíritu.
 
1 Tes. 5.19–20 No apaguéis al Espíritu. No menospreciéis las profecías.
 
 1 P. 4.10–11 Cada uno según el don que ha recibido, minístrelo a los otros, como buenos administradores de la multiforme gracia de Dios. Si alguno habla, hable conforme a las palabras de Dios; si alguno ministra, ministre conforme al poder que Dios da, para que en todo sea Dios glorificado por Jesucristo, a quien pertenecen la gloria y el imperio por los siglos de los siglos. Amén.
Apoc. En diversos lugares.
 
Este don se diferencia tanto del de lenguas como del de interpretación, como así también del de enseñanza.
Difiere de los primeros en que se trata de un hablar inspirado por el Espíritu de Dios al hombre, mientras que el don de lenguas y el de interpretación van del hombre hacia Dios.
Hch. 2.11; 10.46; 1 Cor. 14.2–3.
 
Difiere del último (al igual que en el Antiguo Testamento) en que es una expresión (frecuentemente en el nombre del Señor) inmediatamente inspirada por revelación directa del Espíritu Santo, mientras que la enseñanza depende del paciente estudio y exposición de la verdad ya revelada.
(La profecía bajo inspiración del Espíritu adopta también a menudo forma de reiteración de conceptos ya revelados en las Escrituras, como ocurría también en el Antiguo Testamento.)
 
La guía más amplia para el uso de este don en la iglesia la da Pablo en 1 Cor. 14, junto con sus instrucciones para el uso de “las lenguas”. De esta referencia y de otras emerge el siguiente cuadro.
El ejercicio de los dones está, en principio, a disposición de todo cristiano, bajo la soberana distribución del Espíritu de Cristo, incluidas en algunas ocasiones las mujeres.
1 Cor.14:5, 31; 11.5; 12.11; compárese Hch. 21.9.
 
Aunque es dudoso que ese ministerio femenino haya sido recibido con beneplácito en las iglesias de la época, por lo que vemos en.
1 Cor. 14.33–36.
La declaración profética es palabra inteligible, que trasmite revelación divina al corazón y la mente de los presentes “para su edificación, exhortación, y consolación”
1 Cor. 14:3–5, 26, 30–31.
 
La reacción del incrédulo ante este ministerio profético.
1 Cor. 14:24–25.
Demuestra que de esta manera se podía proclamar todo el mensaje, tanto de pecado como de juicio, como así también de gracia y salvación.
 
“Los espíritus de los profetas están sujetos a los profetas”
1 Cor. 1432.
de modo que no deben abusar de la profecía personas que sucumben ante un frenesí extático supuestamente incontrolable, ni debe ser ejercido sin el control de otros miembros del cuerpo (en especial ancianos y profetas) que estimen y disciernan la exactitud, la confiabilidad, y la verdad de las proclamaciones que pretendidamente provienen del Espíritu Santo.
1 Cor. 14:29–33.
 
Sin duda fueron esos abusos los que hicieron que el apóstol escribiera a otra joven iglesia, “no apaguéis el Espíritu.
No menospreciéis las profecías.
Examinadlo todo, retened lo bueno”
1 Tes. 5.19–21.
Actitud similar a la que muestra hacia el don de lenguas en.
1 Cor. 14.39–40.
 
Examinar o sopesar las declaraciones proféticas es más necesario aun en vista de las advertencias que encontramos en el Nuevo Testamento (que siguen a las que aparecen en el Antiguo Testamento) contra los falsos profetas y la falsa profecía, por medio de la cual Satanás trata de desviar al incauto.
Mat. 7.15; 24.11, 24; 2 P. 2.1; 1 Jn. 4.1.
Ejemplo de lo cual es Barjesús en Pafos.
Hch. 13.5ss.
 
En este último caso se especifican fuentes ocultas, aunque en otros la culpa se atribuye a deseos humanos egoístas; pero en cualquier caso se sirve la causa anticristiana de Satanás, como puede verse claramente en la figura simbólica del falso profeta que sirve al dragón en.
Apoc. 13.11 y 19.20.
 
Ocasionalmente los falsos profetas harán milagros.
Mar. 13.22.
Pero, al igual que en el Antiguo Testamento.
Det. 13.1–5.
 No debe dárseles crédito indiscriminado simplemente por el hecho de que logran realizarlos.
La prueba de toda emisión profética reside en la advertencia de nuestro Señor de que “por sus frutos los conoceréis”.
Mat. 7.20.
 E incluye los siguientes criterios:
 
1) Su conformidad con las enseñanzas escriturarias de Cristo y sus apóstoles, tanto en contenido como en carácter (como ocurría en el Antiguo Testamento, Det. 18; pero nótese que una prueba para todo aquel que pretenda tener espiritualidad o dones proféticos es que “reconozca que lo que os escribo son mandamientos del Señor”
1 Cor. 14.37–38; 1 Jn. 4.6.
 
2) Su tendencia o resultado general, o sus frutos (por ejemplo, que glorifiquen a Cristo y edifiquen a la iglesia, como indican.
Jn. 16.14 y 1 Cor. 14.3.
 
3) El consenso de los profetas reconocidos (y presumiblemente de los ancianos y maestros) del lugar, que deben sopesar o discernir lo que se dice.
1 Cor. 14.29, 32.
 
4) La coherencia de dichas declaraciones con otras declaraciones proféticas del cuerpo de Cristo en ese lugar.
1 Cor. 14:30–31.
 
5) La confesión reverente de Jesús como el Señor encarnado por el Espíritu que habla a través de los profetas.
1 Cor. 12.2–3; 1 Jn. 4.1–3.
 
Al igual que los otros dones espirituales, Pablo hace hincapié en que este don no tiene provecho alguno y su ejercicio es dañoso a menos que proceda de un corazón lleno de amor, y se utilice con una actitud amorosa para con la iglesia.
1 Cor. 12.31–13.3.
 
Además de la posibilidad de que cualquier creyente pueda ejercer este don en determinadas ocasiones, también vemos en la iglesia neotestamentaria a los que fueron reconocidos y apartados como “profetas” en forma especial para un ministerio más regular de esta naturaleza.
 
Se las menciona después de los apóstoles en.
1 Cor. 12.28–29 y en Ef. 4.11.
 
 Y aparecen junto con los maestros allí y en la iglesia de Antioquia de Siria.
Hch. 13.1.
 
Es probable que el más conocido de los que figuran en el libro de los Hechos sea Agabo.
Hch.11.28; 21.10–11.
 
Pero también se mencionan otros.
Hch. 15.32.
 
Aparte de que todo el libro de Apocalipsis es una extensa profecía revelada a Juan Hch. 1.3; 10.11; 22.7, 10, 18–19.
 
El ministerio de los profetas parece haber funcionado junto con el de los ancianos cuando Timoteo fue apartado para su ministerio como evangelista.
1 Ti. 1.18; 4.14.
 
 
El carácter y la forma de la profecía neotestamentaria
Todas las evidencias basadas en los ejemplos de ministerio profético en el Nuevo Testamento indican que el mismo estaba completamente unido a la profecía veterotestamentana en carácter y forma.
 
El ministerio de Juan el Bautista, el de Agabo, y el del Juan que escribió Apocalipsis comprenden toda la clásica unidad de predicción y proclamación, de pronóstico y pregón, y lo mismo se aplica a Zacarías, Simeón, y otros.
 
Igualmente, combinaron predicciones acerca de la ira venidera o de tribulaciones futuras con otras acerca de la gracia que sería derramada.
Luc. 3.7, 16ss; Jn. 1.29ss; Hch. 11.28; Apoc. 19–21.
 
Del mismo modo, encontramos profecía y revelación por medio de visiones, y ocasionalmente en forma de sueños, como así también de la boca del Señor.
Luc. 3.2; Apoc. 1.10, 12, etc.; Hch. 10.9–16; Mat. 1.20.
 
El uso de parábolas y símbolos está bien ilustrado, incluido también el mensaje actuado.
Hch. 21.11.
 
Debemos tener en cuenta que en el último caso mencionado Pablo aceptó la palabra de Agabo como descriptivamente acertada, aunque no personalmente direccional.
Hch 21:12–14.
 
Si bien concordaba con advertencias que había recibido en otras ciudades.
Hch. 20.23.
 
Sin embargo, tanto aquí como en.
1 Ti. 4.14 y Hch. 13.9.
 
Vemos que el poder de la palabra profética todavía era capaz de efectuar y transmitir aquello a lo cual se refiere.
Apoc. 11.6.
 
 
La profecía en la era apostólica y en épocas posteriores
A menudo se ha dado por sentado, o argumentado, que no hay profecía o profetas en la iglesia de nuestros días, en el sentido neotestamentario de la palabra, ni en ninguna era pos-apostólica, y que muchos de los que emplean el término “profecía” para describir ministerios actuales a menudo diluyen su significado, asignándole un significado equivalente a predicación pertinente.
 
Pero si bien la proclamación del evangelio o el ministerio de enseñanza pueden ocasionalmente aproximarse a la profecía, no se trata de lo mismo.
 
Los argumentos bíblicos utilizados para negar la existencia de profetas en nuestros días son dobles:
Primero, además de ser mencionados inmediatamente después de los apóstoles en. Ef. 4.11 y 1 Cor. 12.28.
 
Ambos se engloban como constitutivos del fundamento de la iglesia neotestamentaria en.
Ef. 2.20 y 3.5.
 
 Y en segundo lugar, la formación de un canon completo o cerrado del Nuevo Testamento excluye la posibilidad de cualquier nueva revelación de la verdad divina He. 1.1–2.
 
Otros han tratado, a veces, de identificar esta conclusión del canon del Nuevo Testamento con la época en que la profecía dejará de existir, de acuerdo con.
1 Cor. 13.8.
 
Pero esto significaría violentar el contexto, que muestra claramente que dichos dones dejarán de ser cuando “venga lo perfecto”, que se define como cuando “veremos cara a cara (es decir después de esta vida y era).
 
Podemos estar de acuerdo en que no se debe esperar nuevas revelaciones en lo que se refiere a Dios en Cristo, el camino de la salvación, los principios que rigen la vida cristiana, etc.
 
Pero parecería que no hay ninguna razón de peso que impida que el Dios viviente, que habla y actúa (a diferencia de los ídolos muertos), pueda servirse del don de la profecía para orientar en forma determinada a alguna iglesia, nación, o individuo, o para advertir o estimular por medio de la predicción, como así también por medio de advertencias, en plena concordancia con la palabra escrita de Dios, por medio de la cual debemos probar todo lo que se dice.
 
Por cierto que el Nuevo Testamento no entiende que la tarea del profeta sea la de innovar en lo doctrinal, sino entregar la palabra que recibe del Espíritu según los lineamientos de la verdad que de una vez por todas fue entregada a los santos.
Jud. 3.
 
como desafío y estímulo de nuestra fe.
 
El Nuevo Testamento considera en forma invariable que los profetas de ambos testamentos son los pioneros de la fe, que en todas las épocas están en primera línea, y que reciben todo el impacto de la persecución que el diablo fomenta en el mundo contra el pueblo de Dios, sea por medio de la oposición judía o gentil.
Mat. 23.37; Luc. 11.47–50; Hch. 7.52; 1 Tes. 2.15; Apoc. 11.3–8; 16.6; 18.20, 24.
 
A veces se los agrupa con nuestro Señor, otras con los apóstoles, y a veces con los santos; pero el trato que reciben como portavoces de Dios es típico de lo que pueden esperar en un mundo caído todos los siervos e hijos de Dios que se mantienen fieles en su testimonio, juntamente con la victoria, la resurrección, y la herencia que les corresponderá más allá de este mundo por la gracia de Dios.
Mat. 5.10–12; He. 11.39–12.2.
 
Porque “el testimonio de Jesús es el espíritu de la profecía”, y se requiere que todos los suyos den fielmente ese testimonio de diferentes maneras por el poder del mismo Espíritu.
 
 
 
Pastor-Profeta: Víctor Rodríguez M.
Cel.: 8 424 19 66
 
   
 
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